¡Hola viajeros!
¿Os gusta saber alguna leyenda del lugar que visitáis?
Vamos a ir dejando poco a poco la parte alta de la ciudad para ir descendiendo hacia el interior del centro de la ciudad de Cuenca.
Vamos a hacerlo paseando la Hoz del Júcar, recorriendo sus calles empedradas y cuestas empinadas por donde antaño pasearon tantos y tantos conquenses: abuelos, padres e hijos.
A la vez iremos conociendo alguna que otra leyenda ambientada en este mágico lugar.
De la Plaza Mayor a la Ermita de la Virgen de las Angustias
Alejándonos del tumulto de la Plaza Mayor, vamos a bajar las escaleras que hay en frente del Convento de las Petras hasta llegar a la calle Severo Catalina, también conocida como la calle Pilares.
Al final de esa calle nos vamos a encontrar unas escaleras anchas que descienden hacia el corazón de uno de los lugares más bonitos y sobrecogedores de la ciudad, la Ermita de la Virgen de las Angustias.
Hogar de alguna que otra leyenda sobre la ciudad.
La bajada a la Ermita de las Angustias
Se trata de un paraje cincelado por la devoción de los conquenses, pues es la patrona de la Diócesis del Papa Juan XXIII, sellado un 13 de abril de 1962.
Devoción que sigue hasta nuestros días desde el sigo XIV, cuando al parecer ya existía una pequeña capilla o ermita cobijada entre peñascos.
Poco antes de llegar al arco que da acceso a la plaza, conocido como Arco o Postigo de los Descalzos, podemos ver la cara de Cristo o Santa Faz esculpida en la roca.
Imagen que estuvo alrededor de 20 años al ser destrozada en la Guerra Civil, siendo restaurada años más tarde.
Un poco más adelante también hay una cruz tallada en la roca y se dice que si pones la oreja en la imagen, puedes oír el canto de un gallo.
Pero no hagáis eso si vais en compañía de un conquense, puesto que es común dar un pequeño empujón en la cabeza de quién lo hace de tal modo que acabas viendo pajaritos, más que escuchar al gallo.
Leyendas
La ciudad de Cuenca es protagonista de más de un centenar de leyendas, recogidas por la escritora María Luisa Vallejo en varios libros.
En el entorno de la Ermita de las Angustias hay cuatro.
La leyenda de la Cruz del Convertido
Según la escritora, la historia que dio pie a la leyenda ocurrió en 1581, año en el que llegaron a Cuenca los escultores Giralte de Flugo y Diego de Tiedra.
Estos escultores llegaron a la ciudad para realizar unas obras en el Convento de los Descalzos.
Uno de ellos, Giralte, prometió no volver nunca a trabajar en las obras de los templos cristianos tras la muerte de su hijo al caer de un andamio en una iglesia.
Tras el largo y sinuoso camino se sentaron a descansar a la sombra de un gran álamo que estaba en el atrio del convento.
De repente se desencadenó una fuerte tormenta, Diego de Tiedra fue a resguardarse junto al convento pero Giralte se negó pronunciando varias blasfemias:
«¡Antes morir cien veces que buscar asilo en sitio sagrado!».
La tormenta iba arreciando y una chispa eléctrica cayó sobre el álamo donde se resguardaba Giralte, derribando el árbol sobre el suelo y arrastrando su cuerpo.
Tras lo sucedido, los frailes salieron del convento y recogieron el cuerpo del escultor y tras estar recuperándose, entró en la iglesia del convento debido a las insistencias de los frailes.
Al ver a la Virgen de las Angustias con su hijo en brazos dijo:
“¡Es ella! ¡Es mi hijo! ¡Mi esposa con el cuerpo de mi hijo en brazos!”
Tras la reconversión del escultor y como recuerdo de gratitud al milagro doble de su salvación, labró la cruz de piedra que se puede ver hoy en día a las puertas del convento.
La leyenda de la Cruz del soldado enamorado
Esta leyenda también rodea el entorno de las Angustias, pero es menos conocida.
Se sitúa en el año 1706, cuando las tropas inglesas del general Hugo Widdham sitiaron Cuenca, donde los ingleses luchaban contra los ciudadanos.
La lucha más feroz tenía lugar en los alrededores de la Ermita de San Bartolomé, situada frente al Puente de los Descalzos.
Algunos soldados conquenses luchaban en el interior de la ermita intentando cortar el paso al enemigo.
Pero tan feroz ataque provocó un incendio que prendió fuego al artesonado, dejando la ermita inservible.
Muchos perecieron allí, pero un soldado sobrevivió aunque estaba muy malherido.
Fue llevado al Convento de los Descalzos para ser tratado de sus heridas.
El joven al verse tan malherido, pidió a un fraile que fuese a llamar a su prometida que vivía en las proximidades.
Al llegar la joven, el soldado le dio un puñado de monedas de oro para que construyeran una cruz allá donde había visto a su amada por última vez antes de morir.
El fraile que estuvo con él todo el tiempo, así hizo construir una cruz en frente del Convento de los Descalzos.
Incluso dicen que en la base de la cruz se puede observar la fecha 1708, fecha en que tuvo lugar esta historia.
La leyenda de la Fuente de los Suspiros
La escritora María Luisa Vallejo data esta historia en el siglo XVII.
Eran los últimos días del mes de octubre , y ya habían empezado las novenas que en las distintas iglesias y conventos se aplicaban por los difuntos.
Un joven llamado Andrés estaba haciendo tiempo para ir a ver a su amada doncella que vivía en la parte alta de la ciudad.
Con el fin de pasar desapercibido fue por la bajada de las Angustias para admirar el paisaje.
Era una noche de luna llena que permitía ver todo como si fuese de día, el silencio era tan absoluto que sólo era roto por el paso de algún ave nocturna.
Unos minutos antes de llegar a la plazoleta se detuvo pues creyó percibir un tenue rumor como de lloros y suspiros.
Intrigado, bajó unos pasos y resguardándose en la sombra de los enormes riscos, se dispuso a averiguar qué era aquel sonido.
Se hizo el silencio, sólo se oía el rumor de la fuente que allí había…
Esperó un poco más, y al no percibir nada decidió marcharse, pues ya se acercaba la hora de ver a su amada.
Aún no se había dado la vuelta cuando volvió a escuchar los ruidos, volviéndose a esconder entre las sombras y está vez sí oyó unos sollozos y suspiros entrecortados que se acercaban a la entrada de la plazuela.
El joven pensó para sí mismo que si salía de su escondite, le verían por lo que decidió permanecer ahí escondido un poco más de tiempo.
Al poco rato sacó la cabeza y no vio una, sino varias siluetas que iban hacia la fuente, se detenían en ella para beber agua, y entre suspiros continuaron su recorrido sin dejar de sollozar.
Un escalofrío de miedo recorrió el cuerpo del joven que comprendió que aquella fantasmagórica reunión en aquel sitio y a aquella hora no era natural y tenía un terrible significado.
Subió corriendo la empinada cuesta hacia la casa de su novia, más muerto que vivo y pudo contarle lo que vio:
Una procesión de fantasmas que entre lágrimas, sollozos ahogados y suspiros caminaban hacia la fuente, se detuvieron a beber agua y prosiguieron su camino.
Pasados unos días, decidieron contarlo a sus amigos y decidieron que esa noche, a las doce en punto después de la novena de ánimas se reunirían en la Plaza Mayor para bajar juntos a la plaza de las Angustias.
Tras cruzar el arco de piedra, se escondieron entre las sombras y esperaron un rato en una noche de luna clara y serena.
Sobre las doce y media apareció el aquelarre: una fantasmagórica procesión asomando por la subida del Júcar y con paso lento se acercaron al centro del atrio.
Esta vez lograron escuchar claramente:
“¡Perdón!, ¡piedad!, ¡penitencia!, ¡misericordia!
El grupo fantasmal estaba formando por hombres y mujeres, algunos caminaban derechos, otros cojeando… parecían espectros salidos de ultratumba.
Poco a poco la fantasmagórica procesión fue desapareciendo y los jóvenes subieron a zancadas hasta la Plaza Mayor.
Al día siguiente, toda la ciudad de Cuenca supo de lo acaecido la noche anterior.
Los jóvenes comentaron que como era el mes de las ánimas, tal vez los desdichados condenados que fueron despeñados por aquellos parajes, volvían esas noches de dolor y caridad cristiana, a purgar sus penas en la Fuente de los Suspiros, ya que nadie rezaba por ellos.
La joven le contó lo ocurrido a su tío, que era sacerdote y le pidió una misa de difuntos por el alma de los ajusticiados.
El sacerdote ofició un novenario por el alma de los desamparados y nunca más se volvió a ver a los espectros visitantes de la Fuente de los Suspiros.
Os estaréis preguntado donde está la siguiente leyenda, ¿verdad?
Esa os la cuento un poco más abajo, ya que es una de las leyendas más conocidas e importantes de la ciudad.
La Ermita de la Virgen de las Angustias
Sobre la ermita existente en el siglo XIV se construyó la iglesia actual en el siglo XVII, siendo ampliada después en el siglo XVIII.
La ermita está ubicada en una plaza de frondosa arboleda que le da un ambiente de misterio formando una postal maravillosa y romántica, con una vista privilegiada a la Hoz del río Júcar.
Se podría decir que es uno de los lugares con más veneración y más queridos por parte de los conquenses, pues es el lugar de culto de la Virgen de las Angustias desde el siglo XIV.
Un par de siglos más tarde se construyó el Convento de los Descalzos, que estuvo abierto hasta 1836, actualmente es de propiedad privada.
Al construirse el convento, el acceso a la ermita quedó restringido pues se hallaba dentro del espacio conventual y al ser de clausura tenía el acceso limitado.
Por ello, a finales del siglo XVII el arquitecto José Martín de Adehuela diseñó una nueva ermita y un nuevo acceso escavando en la roca.
El resultado lo podemos ver hoy en día: las escaleras de bajada y el arco en la roca, llamado Arco de los Descalzos.
Durante la Guerra Civil el interior de la ermita sufrió muchos desperfectos, sobre todo el retablo de estilo barroco donde se encuentra la imagen de la Virgen de las Angustias.
En el siguiente enlace tenéis información de horarios de visita.
Entorno del santuario
El entorno en el que se encuentra enclavado el santuario es sobrecogedor.
En la plaza hay una fuente, que según la costumbre, si bebes de ella encontrarás novio o novia, además de la leyenda que ya os conté más arriba.
Desde esa plaza hay unas vistas a la Hoz del río Júcar inmejorables, sobre todo los colores del otoño es algo que no os podéis perder.
Leyenda de la Cruz de los Descalzos
Esta leyenda transcurre en la noche de Todos los Santos en la Cuenca del siglo XVIII.
En la ciudad vivía un joven guapo y encantador que era el hijo del magistrado, que tenía enamoradas a todas las damas del lugar.
Don Diego, que así se llamaba, usaba su verbosidad y elocuencia para aprovecharse de las jóvenes y obtener favores carnales, llevándolas a las orillas del río Júcar.
Después de usar sus servicios, las renunciaba y abandonaba sin lástima alguna por ellas.
Pero un día su destino cambió, pues llegó a la ciudad una apuesta muchacha llamada Diana que no era de la ciudad sino que provenía de otro lugar.
Era una foránea hermosa que conseguía atraer las miradas y deseos de hombres y mujeres.
Cuando Don Diego la vio desplegó todos sus encantos para lograr los favores de la joven forastera, pero ella ya se había dado cuenta de cómo era Don Diego, rechazando siempre sus indecentes propuestas.
Don Diego nunca se daba por vencido y en la víspera de la festividad de Todos los Santos recibió una carta de su deseada Diana quién lo citaba en la puerta de la Ermita de las Angustias.
En la carta le indicaba que sería suya en la noche de los Difuntos, noticia que recibió con gran alegría pues por fin iba a poseer a la joven y hermosa forastera.
Leyenda con final inesperado
Tal día, Don Diego todo acicalado, se dirigió al lugar en el que había quedado.
Llovía y tronaba con mucha fuerza, pero eso no le impidió ir al encuentro de la joven Diana, quién iba vestida como una princesa.
Loco de lujuria, el joven comenzó a besar a Diana intentando por todos los medios quitarle el vestido que llevaba.
La nebulosidad de la noche se hacía cada vez más intensa y la luz de los rayos destellaban en el interior de la emita donde Diana se levantó la falda para que Don Diego la desabrochara.
En ese preciso momento la luz de un rayo penetró en el edificio y los bellos y finos pies de Diana se convirtieron en pezuñas.
El joven aterrorizado elevó la mirada para ver a la Diana, pero allí ya no estaba ella sino el mismísimo Diablo.
Despavorido por la dramática escena, salió corriendo de la ermita, mientras el Diablo reía sin cesar, hasta llegar a una cruz que se encontraba en las inmediaciones.
Perseguido por el Diablo, el joven logró abrazarse a la cruz sintiendo el roce del zarpazo que le dio Satanás en el hombro.
Cuando abrió los ojos vio que la horrible bestia ya no estaba allí pero sí las huellas de ese arañazo, señal que quedó plasmada en la piedra de la cruz y que se puede ver hoy en día.
En cuanto al final, hay dos versiones diferentes.
Por un lado dicen que el joven Don Diego entró en la orden de los franciscanos para siempre.
Por otro lado, Don Diego huye aterrorizado al ver que Diana es el mismísimo Lucifer, en dirección al Convento de los Descalzos y cuando su mano toca la base de la cruz, su mano queda petrificada en ella y su alma ya no pertenece a la luz, sino a las tinieblas.
Cómo llegar
Podéis llegar hasta aquí de dos formas.
Desde la Plaza Mayor
Vamos a dejar la Plaza Mayor atrás, bajando por las escaleras que hay enfrente del Convento de las Petras y llegando a la calle Pilares, una calle estrecha preciosa llena de casas con sus ventanas enrejadas hacia fuera.
Descenderemos después por la Bajada de las Angustias donde vamos a encontrarnos un banco hecho en la piedra para quién quiera descansar y una cruz forjada en hierro negro.
Desde el Recreo Peral
En esta ocasión vamos a tener que subir una empinada cuesta desde el entorno del Recreo Peral, un entorno precioso junto al río, con muchos chopos que en otoño es una auténtica maravilla.
Según vais subiendo, podéis contemplar el paisaje de la Hoz del Júcar, y desde donde también encontraréis aquellos ojos vigilantes en la montaña.
¡Hasta la próxima viajeros!