Estambul es la ciudad turca por excelencia. Hace casi 100 años, exactamente el 13 de octubre de 1923, que dejó su papel como capital de la república a Ankara, pero sigue siendo, con mucho, la ciudad más poblada del país. Y la más visitada.
Es la joya de los turcos, la antigua Bizancio, después llamada Constantinopla, la bella Estambul. Su bagaje histórico es obvio, tal y como muestran sus edificios, las ruinas de un pasado glorioso. Vamos a comenzar visitando Estambul: Santa Sofía.
Toda esa belleza única se traduce en cifras: más de 15 millones de turistas en 2019; dato que la convierte en la tercera ciudad más visitada de Europa y la décima del mundo.
Y no es para menos. Estambul ha sido la capital del Imperio Bizantino, del Imperio Otomano. Por ella pasaron los griegos, los romanos, dejando cada uno de ellos una impronta que no hace sino embellecer la ciudad, recordándonos su importancia a lo largo de la historia.
Ese bagaje histórico se traduce en multitud de edificios, ruinas, paisajes que ver y disfrutar.
Hoy, sin embargo, vamos a concentrarnos en uno de los más visitados, lo que querrías ver según llegaras a la bella ciudad. Hoy comenzamos visitando Estambul: Santa Sofía.
El hipódromo
Nos encontramos en la península histórica de Estambul, donde se hallan muchos de los edificios emblemáticos de la ciudad. El hecho de que todos ellos se concentren en un espacio bastante reducido, teniendo en cuenta las dimensiones de la ciudad, facilita que podamos visitarlos más fácilmente.
Nuestra primera parada será la explanada junto a Santa Sofía y la Mezquita Azul. Nos encontramos en lo que fue el antiguo hipódromo de la ciudad. Cuando Constantino trasladó la capital desde Roma, y cambió el nombre de la antigua ciudad de Bizancio por el de Constantinopla, se dedicó a embellecerla, para hacerla digna de su nuevo estatus de capital imperial.
Además del palacio imperial, y dada la afición de los romanos a los deportes, construyó un hipódromo, a imagen y semejanza del Circo Máximo de Roma. Una inmensa explanada de 450 metros de longitud, en el que podían disfrutar de las carreras de caballos más de cien mil personas.
De ese hipódromo poco se conserva hoy en día. Tan sólo la forma alargada y los obeliscos del centro nos dan una idea de lo inmenso que tuvo que ser en su época de mayor apogeo.
Los obeliscos que se conservan hoy en día, y que formaban parte de la decoración de la espina, o parte central del hipódromo, son tres.
- El obelisco de Teodosio fue traído de Luxor en el año 329 d.C. Sus jeroglíficos reflejan las victorias de Tutmosis III y en su base hay escenas esculpidas sobre Teodosio.
- La columna Serpentina , era una estatua con cabezas de serpiente que Constantino llevó a la ciudad desde Delfos, y de las cuales sólo se conserva una cabeza en el museo arqueológico de la ciudad.
- El obelisco de ladrillos, antiguamente recubierto por planchas de bronce robadas por los cruzados en 1204.
Para que nos hagamos una idea de su majestuosidad, los cuatro caballos dorados que hoy en día decoran la plaza de San Marcos en Venecia, pertenecían al hipódromo de Constantinopla, hasta que fueron robados por los cruzados.
La Basílica de Santa Sofía
Una vez vista la explanada del antiguo hipódromo, seguimos visitando Estambul: Santa Sofía.
En la taquilla de entrada se vende la Istanbul museum card. https://muze.gov.tr
Mi recomendación personal es que la compres. A día de hoy cuesta en torno a las 325 Tl ( unos 50 euros aproximadamente), pero merece la pena, ya que te da acceso a muchos de los edificios claves que vas a visitar.
Las ventajas: resulta más económico que comprar cada entrada por separado y no necesitas esperar las colas eternas para adquirir los tickets. Tiene una validez de cinco días, desde que sea utilizada por primera vez, lo cual te proporciona tiempo de sobra para ver los monumentos más emblemáticos.
Interior de Santa Sofía
La basílica de Santa Sofía, dedicada a la divina sabiduría, fue el edificio religioso más grande del mundo durante más de mil años. Hasta que se construyó la catedral de Sevilla en 1520. Fue edificada en época del emperador Justiniano, en el 537 d. C., y se convirtió en el emblema característico de la ciudad de Constantinopla, honor que sigue ostentando en la actualidad.
Para su construcción no se escatimaron gastos, trayéndose materiales de todos los rincones del imperio, desde Siria hasta Italia, llegando incluso a reutilizar las columnas del templo de Artemisa en Éfeso en su interior.
Al acceder al edificio te resultará casi imposible contener una exclamación de sorpresa. Es inmenso y una belleza. El barullo de los turistas se reduce a murmullos impresionados, a manos alzadas, señalándolo todo. No es para menos.
Los ojos se dirigen, sin que tú puedas evitarlo, a la inmensa cúpula central, que parece levitar sobre las cuarenta ventanas que la rodean en su base, y que le dotan de ese carácter irreal, como si flotara.
Es imposible, incluso hoy en día, en una época en la que nos hemos acostumbrado a ver edificios inmensos, no valorar el ingenio constructivo que supone, con los medios de la época, haber construido semejante enormidad.
Sin haber utilizado columnas en las que apoyarse. Y, por supuesto, que perdure después de más de 1500 años.
Ha sufrido terremotos a lo largo de su historia. Se derrumbó su cúpula en uno de ellos durante el siglo VI, y fue reconstruida, haciéndola aún más alta y majestuosa. Todos esos contratiempos, los saqueos e invasiones, no han podido con ella. Sigue alzándose orgullosa. Desde luego, tiene motivos para ello.
Esa inmensa cúpula se apoya sobre pechinas: triángulos invertidos que facilitan el paso de una cúpula a un espacio cuadrado, siendo esta la primera vez que se utilizó semejante ingenio arquitectónico. Esas pechinas, estaban decoradas con ángeles pintados de seis alas, de los cuales aún se conservan dos originales, los otros dos son recreaciones del siglo XIX.
Desde la enorme cúpula, la vista, inevitablemente, se traslada al ábside, donde un mosaico dorado nos representa a la Virgen María con el niño Jesús. Los mosaicos de Santa Sofía fueron conservados, aun a pesar de haber sufrido la conquista otomana en 1453, y haber sido convertida en mezquita ese mismo año, gracias a que fueron recubiertos con escayola.
Los musulmanes prohíben en su religión la representación de figuras humanas, por lo que fácilmente podían haber destruido los mosaicos de la iglesia. Por suerte, no fue así. Simplemente se limitaron a cubrirlos; lo cual es de agradecer, dado que este hecho contribuyó a su perfecta conservación.
Las enormes columnas que separan la nave central de las laterales, de mármol verde, traído de Tesalia, son igual de impresionantes que el resto del edificio.
Elementos musulmanes
Deja que tus pasos te lleven a deambular por las naves laterales. Admira los capiteles, con talla al trépano, y los elementos añadidos cuando la basílica se transformó en mezquita. Podrás ver el mihrab, que señala el punto exacto en el que se ubica la Meca, hacia donde tienen que rezar los musulmanes, el minbar de mármol, desde donde predicaba el imán de la mezquita o los medallones verdes junto a la cúpula, en el que se escriben los nombres de Alá, el profeta Mahoma, los cuatro primeros califas y los dos nietos del profeta.
Y cómo no, haz caso a la superstición e introduce el dedo pulgar en la columna del llanto, denominada así porque extrañamente siempre está húmeda, como si llorara.
La encontrarás enseguida. Sólo sigue la fila de personas que suele esperar para llevar a cabo el ritual de dar la vuelta a la mano completamente en un círculo, sin sacar el dedo del agujero. Si lo consigues, el deseo que hayas pedido se hará realidad.
Después de todo ello, de deambular sin prisa por la parte inferior de la basílica, admirando su belleza, has de subir por una rampa de piedra hasta la parte superior. La galería donde solía ubicarse la familia imperial para asistir a la liturgia y a las celebraciones llevadas a cabo en el templo.
La vista que se ofrece desde la parte superior es absolutamente impresionante. No tengas prisa, disfrútala. Haz uso de la imaginación e intenta trasladarte a la época en la que era el edificio más grande, el más espectacular de todos. No creo que te cueste mucho esfuerzo hacerlo.
Los mosaicos
Y ve a ver los mosaicos. De nuevo, te dejarán sin palabras.
He ahí una de las primeras muestras de los iconos bizantinos, una de las más antiguas, y más bellas. No es necesario ser creyente para apreciar la enorme belleza que transmiten.
La temática, como no podía ser de otra manera, es religiosa.
Uno de los mosaicos representa la deesis. La Virgen María y San Juan Bautista implorantes, intentando interceder por la humanidad el día del Juicio final. Junto a ellos, un Jesucristo de mirada profunda y misteriosa. Se considera una de las más bellas representaciones del arte bizantino.
En otra parte de la galería podemos ver mosaicos con la temática de los donantes. En uno de ellos aparece la emperatriz Zoe y su esposo Constantino IX, donando él una bolsa de monedas y ella un pergamino, con los privilegios del templo, a un Cristo que porta una Biblia y da su bendición a los donantes.
El mosaico denominado Comneno, que se ubica junto al anterior, nos muestra a la Virgen con el niño Jesús, flanqueados por el emperador Juan II Comneno y su esposa Irene, ambos aportando sendas donaciones al templo.
Si sigues paseando, aparte de la contemplación de los mosaicos, podrás encontrar una de las curiosidades de la basílica: unas inscripciones vikingas en la barandilla de la galería superior. Son runas, que podrían proceder de la presencia de la guardia varega, soldados de élite al servicio personal del emperador, en época bizantina.
Ahora que ya has deambulado por el interior a tus anchas, retorna a la galería de entrada. Detente contemplando los mosaicos espectaculares que ahí se encuentran. Representan a la Virgen María con el niño Jesús, recibiendo sendas ofrendas de Constantino el Grande, fundador de la ciudad, que ofrece una maqueta de la misma, y Justiniano, que mandó edificar el templo, y que ofrece a la Virgen una maqueta de la basílica.
Visitando Estambul: Santa Sofía
La visita a Santa Sofía no te dejará indiferente.
Es un edificio espectacular, que fue transformado en mezquita, al que le añadieron minaretes, para llamar a la oración, pero que jamás perdió la esencia que representaba.
Su porte y majestuosidad le dotan de un lugar destacado en la historia del arte, como edificio que fue basílica, mezquita y museo, y que sigue dejando sin palabras a todo aquel que pueda visitarlo.
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