La magia que se palpa en cada rincón de las calles de Estambul radica en su historia milenaria. La de la creación de una ciudad gracias a las profecías de un oráculo, la de la mítica cadena que cruzaba un estuario y protegía a la enorme flota de barcos de la ciudad. Tan sólo os comento un par de ellas. Pero son las que tienen que ver con la entrada del blog de hoy, dedicado al Cuerno de Oro.
El mito de la creación de una ciudad
Cuenta la leyenda que los colonos griegos a las órdenes del general Byzans, acudieron a consultar al oráculo de Delfos, la ubicación mejor para fundar una gran colonia. El oráculo les respondió. Sería frente a la ciudad de los ciegos.
El oráculo no fue excesivamente claro, como solía ser habitual, pero ellos supieron entenderlo. Recorrieron la costa en busca de aquel lugar y lo encontraron. En la orilla asiática de la actual Estambul, en lo que hoy sería el barrio de Kadıköy, había fundada una pequeña colonia, llamada Caledonia.
Los griegos no entendieron cómo podía alguien haber fundado ahí una colonia, teniendo la orilla europea disponible, con un puerto natural resguardado de las inclemencias de los vientos que azotaban el Bósforo. Pensaron que aquellos colonos debían de estar ciegos, para no haber sabido comprender la importancia estratégica de la orilla europea.
Y así nació lo que se convertiría en la ciudad que hoy conocemos como Estambul, que fue Bizancio y Constantinopla. El orgullo del Imperio Bizantino, el objetivo de alguna que otra cruzada, la ciudad por la que se obsesionaron los turcos hasta que, tras siglos de intentos fallidos, cayó en sus manos.
La que, según Napoleón, si el mundo hubiera sido un único país, Estambul debería haber sido su capital. Una de las pocas ciudades del mundo ubicadas entre dos continentes.
Y nació en ese pequeño estuario que desembocaba en el estrecho del Bósforo, en el Cuerno de Oro.
El corazón de una ciudad
Constantinopla sufrió numerosos asedios a lo largo de su historia. Era una ciudad codiciada, que controlaba el paso de los barcos al Mar Negro, con un puerto natural digno de admirar. Los bizantinos, conocedores de ese hecho, decidieron fortificarla. La rodearon por tierra con murallas dobles, imposibles de burlar, que resistieron numerosos ataques a lo largo de su historia y siguen en pie.
Sin embargo, ellos mismos eran conscientes de que el Cuerno de Oro era su punto débil. Así que lo protegieron con una idea ingeniosa. Una larga cadena de hierro que unía ambas orillas, de Bizancio a Galata, y que impedía pasar a las flotas enemigas.
Aquella gigantesca cadena, de la que aún se conserva algún eslabón en el museo arqueológico de la ciudad, cumplió con su función durante siglos, convirtiendo la ciudad en inexpugnable.
Hasta que llegó el sultán otomano apodado el conquistador, Mehmet II, y condujo a su flota a través de una de las colinas de la ciudad. Habiendo pactado condiciones ventajosas con el barrio de Galata, repleto de comerciantes genoveses y venecianos, consiguió que no dieran aviso a la otra orilla de lo que estaba sucediendo.
Talaron árboles, y con sus troncos consiguieron un sistema de rodillos sobre el que pasar los barcos por tierra, burlando aquella inmensa cadena. Una vez en el Cuerno de Oro, tan sólo tuvieron que disparar los cañones hacia la ciudad.
Y Constantinopla, atacada por su punto débil, por el corazón de la ciudad, cayó tras largos meses de duros asedios infructuosos.
El Cuerno de Oro tras la caída de Constantinopla
Tras la caída de Constantinopla en manos otomanas, la ciudad cambió radicalmente. Se llenó de sinuosas siluetas de mezquitas, con sus largos minaretes apuntando hacia el cielo. La zona del Cuerno de Oro fue poblada por griegos, judíos y comerciantes venecianos, que, a diferencia de lo que pudiera parecer, convivieron en paz y armonía durante muchos de los siglos que la ciudad permaneció bajo el dominio otomano.
La ciudad creció y se expandió, pero aquel pequeño estuario siguió siendo el corazón de Estambul.
Vigilado bajo la atenta mirada de la torre Galata, construida por los genoveses en 1348, el Cuerno de Oro fue objeto de proyectos novedosos. En el siglo XVI, apenas 50 años tras la conquista otomana, el sultán Beyazit II, recurrió a uno de los genios más importantes de todos los tiempos: Leonardo Da Vinci.
El Sultán le encargó el proyecto de diseñar un puente que uniera ambas orillas del Cuerno de Oro. Y Leonardo hizo gala de su ingenio, y realizó un proyecto absolutamente novedoso. Un puente de un sólo vano, con un arco de piedra, describiendo una curva parabólica, que mediría 240 metros de largo. De haberse llevado a cabo, se hubiera convertido en el puente más largo construido hasta ese momento en todo el mundo.
Sin embargo, el sultán no aprobó aquel proyecto visionario. Acudió a otro de los grandes genios de la época, Miguel Ángel, realizándole el mismo encargo. Este rechazó la propuesta, probablemente debido a que su mentor, el Papa católico, no hubiera permitido que trabajara para los enemigos otomanos.
El proyecto quedó olvidado hasta el siglo XIX, cuando se construyó el primer puente de madera entre ambas orillas.
El puente Galata
Antes de que se construyera el puente actual, hubo cuatro puentes de madera flotantes. El primero de ellos, se construyó en 1845 y fue utilizado durante 18 años. Era habitual cobrar un impuesto por cruzarlo, del cual sólo estaban exentos el personal militar, los bomberos de servicio o los clérigos musulmanes.
Tras él se sucedieron otros, que fueron sustituidos cada pocos años, hasta que se construyó el cuarto puente en 1912. Aunque no es el actual, que terminó de edificarse en 1994, el cuarto puente aún es recordado con cariño por muchos de los habitantes de Estambul, y fue objeto de novelas, poemas y fotografías de la antigua Estambul. Fue arrasado por un fuego en 1992, lo que obligó a la construcción del actual.
El actual puente se ha convertido en un icono de la ciudad, con la maravillosa estampa de la torre Galata, que se yergue orgullosa en uno de sus extremos, y con sus numerosos restaurantes a los pies del Cuerno de Oro.
El puente, que se abre en su zona central, para dar paso a los barcos cada noche al interior del Cuerno de Oro, es recorrido por el tranvía, y es habitual verlo repleto de vendedores ambulantes y pescadores. Es impensable para cualquiera que haya visitado la ciudad o viva en ella, imaginar el puente Galata sin pescadores.
Los puentes en el Cuerno de oro se convirtieron en el símbolo del paso de la ciudad antigua, donde se ubicaba el palacio del sultán, y las principales mezquitas, es decir, el poder secular e imperial de la ciudad, con la ciudad moderna. Los barrios de Galata o Pera, Harbiye, Şişli o Beyoğlu eran hogar de europeos, comerciantes, minorías religiosas, y sede de las embajadas y consulados extranjeros.
La colina del café de Pierre Loti
Si visitas la ciudad, este lugar es uno de los rincones que no puedes perderte. Si tienes tiempo, destina varias horas a este recorrido, que te llevará desde Eminönü hasta el barrio más conservador de Eyüp.
Para acercarte al famoso café, desde donde puedes contemplar las mejores vistas del Cuerno de Oro, puedes ir en autobús, desde varias de las zonas turísticas de la ciudad.
- Si te encuentras alojado en Taksim, puedes coger el autobús número 55ET, que te dejará en el barrio de Eyüp, a los pies de la colina. Tan sólo son 13 paradas hasta Eyüp, aunque si prefieres, puedes preguntarle al conductor, que te avisará cuando llegues.
- Si estás visitando la zona del Gran Bazar y la universidad de Beyazıt, puedes coger el autobús número 86V o el 55EB. En 19 paradas llegarás a tu destino.
- Desde el muelle de Eminönü, junto al puente Galata, busca el 399C. De ahí tienes 12 paradas hasta Eyüp.
El barrio de Eyüp
En época bizantina era un pequeño pueblo, en el que había incluso iglesias, y fue el primer lugar en el que se asentaron los conquistadores otomanos, aparte de la zona antigua de la ciudad. Bañado por dos ríos de agua cristalina, fue creciendo durante el Imperio otomano, y fue sede de la mezquita dedicada al porta estandartes de Mahoma, y su más fiel seguidor, el profeta Eyüp El- Ansari.
El complejo de la mezquita fue mandado edificar por el sultán Mehmet el conquistador, en 1458, apenas 5 años después de la conquista de la ciudad por parte de los turcos. Es la primera mezquita construida por los turcos tras la toma de la ciudad.
Se eligió esta ubicación porque se dice que el sultán tuvo una revelación de que la tumba del adalid del profeta, que se hallaba perdida desde el siglo VII, se encontraba justo junto a la orilla del mar en el Cuerno de Oro.
El sultán mandó construir el complejo de la mezquita, que albergaba un comedor social, un hospital, hospicio y otras dependencias habituales en los complejos de las mezquitas, al igual que la tumba de Eyüp. Incluso se cuenta que una de las piedras sobre las que se apoya la mezquita, lleva estampada la huella del pie del profeta Mahoma.
A lo largo de los siglos, y tras Medina y la Meca, se ha convertido en lugar de peregrinación de fieles musulmanes, que se acercan a visitar la tumba desde todos los lugares del mundo.
Este hecho ha contribuido a que el barrio de Eyüp se haya mantenido dentro de un ambiente más tradicional, más religioso.
Las construcciones de madera, los restos de mansiones otomanas, muchas de ellas rehabilitadas, y las calles empedradas, bien merecen un paseo, antes de subir a la colina.
El teleférico y el café de Pierre Loti
Está en funcionamiento desde el año 2005, y tan sólo te lleva unos minutos llegar arriba. Con una frecuencia de 5 minutos, funciona desde las 8 hasta las 22 u 23, en verano. Suele haber bastante cola, aunque avanza rápido.
Disfruta del paisaje en las cabinas para ocho personas cada una. Cuando llegues arriba, te encontrarás con una de las vistas más fotografiadas de la ciudad.
Tras las fotografías de rigor en el mirador, tus pasos te llevarán directamente hacia el café más famoso de la ciudad.
Lo es por varias razones. Las vistas privilegiadas son una de ellas. La otra es por la historia del famoso escritor Pierre Loti, que acudía aquí cada día para inspirarse.
Pierre Loti, alias de Julien Viaud, fue un oficial de la marina francesa del siglo XIX, que se dedicó a escribir sobre los lugares que visitaba. Con descripciones impresionistas, y muy detalladas, influyó con sus obras en escritores de la talla de Marcel Proust.
Su primera novela, Aziyadé, se encuentra ambientada en Estambul. Constantinopla, dedicada a la ciudad, vista a través de sus ojos, es una obra escrita con el corazón de un enamorado de la ciudad.
Así que, sigue sus pasos y siéntate en el café, con mesas al aire libre, con manteles de cuadros rojos y camareros vestidos con trajes otomanos. Por supuesto es el lugar idóneo para disfrutar de un auténtico café turco, mientras te sumerges en la belleza de la ciudad.
Viendo ese paisaje es más que comprensible que miles de escritores, pintores y viajeros en general cayeran rendidos a los encantos de la ciudad.
El cementerio de Eyüp
Para bajar de nuevo, puedes tomar el teleférico. Pero yo te recomiendo otra experiencia, a priori algo lúgubre. Nada más lejos de la realidad. Hazme caso y podrás comprobarlo por ti mismo.
Si eliges bajar atravesando el cementerio de Eyüp, uno de los más antiguos de la ciudad, no te arrepentirás. Aunque puede que no me creas, es una agradable y tranquilo paseo, a la sombra de árboles centenarios, y siguiendo un camino con adoquines, junto a las tumbas de personajes ilustres y otros que no lo fueron.
Ver las lápidas, escritas en osmanlí, con esa grafía tan elegante, coronadas por turbantes o fez, dependiendo de la categoría del personaje en cuestión, es algo insólito. Pero no encontrarás un lugar más tranquilo. Oyendo los cantos de los pájaros, con los gatos descansando a la sombra, sobre los lugares de reposo eterno de los que están allí enterrados, y leyendo las inscripciones de los muros, te encontrarás, antes de lo que imaginas, de vuelta al barrio de Eyüp.
Y será un agradable paseo que no olvidarás, una de las muchas experiencias que tiene que aportarte la maravillosa ciudad de Estambul.
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[…] Alojaba a derviches sufís que viajaban desde Asia central a Constantinopla para visitar la tumba de Abu Ayyub al- Ansari, en la mezquita de Eyüp. […]